
Nuestras Plumas
Por: Michel Chaín
Si fuera posible encontrar a alguien que entendiera del sistema político en los EE. UU. pero que, por alguna rareza inexplicable, no recordara nada de lo sucedido en los últimos 25 años y se le pidiera su opinión sobre el encabezado de este texto, posiblemente creería que se trata del cartel de la función sabatina de box. Si se le dice que no va por ahí y se le muestran fotografías de Joe Biden y Donald Trump, probablemente nuestro hipotético personaje creería que se trata de unos “abuelitos” gruñones y malacopas; pero, si se le explicara que son los virtuales candidatos a la Presidencia de los EE. UU., ahí sí ya nos empezaría a ver feo y, entre la incredulidad, el enojo y la decepción, ya preguntaría que qué le habíamos hecho a la política gringa.
Lo mejor vendría después de explicarle que eso de “sleepy” y “alley cat” no fue ninguna ocurrencia, sino que se tomó de los adjetivos que se han lanzado Biden y Trump para tartar de descalificarse, no le podría decir nada a esta hipotética persona si se olvidara de la cordialidad y se pusiera en plan de buscar culpables, preguntando que quién era responsable de que la democracia llegara a esto y que si nadie había hecho nada para evitarlo; sin embargo, la “cereza del pastel” se daría al explicarle que ambos ya fueron presidentes y lo mal que ambos van a llegar a la elección, porque ahí sí, creo que ya nos estaría diciendo hasta la despedida y no querría saber nada ni de los Estados Unidos ni del resto del mundo en otros 25 años.
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La realidad es que, más allá de querer presentarlo de la manera más ligera posible, es crítico que en un país con el poderío y la influencia de los EE.UU., con una población de 333 millones de personas, sean precisamente el actual mandatario, Joe Biden, y su antecesor en el cargo, Donald Trump, quienes estén compitiendo por la Presidencia, porque nada más de verlos y escucharlos, cuesta trabajo creer que no haya habido nadie en mejores condiciones para competir por el que muy posiblemente sea el cargo político más importante del mundo.
Biden, a sus 81 años, parece haber sido derrotado por la edad. Se le ha visto perdido y confundido cada vez con mayor frecuencia y su desempeño en el debate contra Trump del pasado 27 de junio fue más allá de lo preocupante, al grado que hoy hay fuertes cuestionamientos respecto a su capacidad no sólo para competir electoralmente, sino para seguir despachando en la Oficina Oval dada la división que hay al interior de la sociedad estadounidense y, con la invasión a Ucrania, la violencia en Oriente Medio y la partida de ajedrez geopolítico y comercial en curso entre Washington y Beijing, lo delicado de la agenda internacional.
En el caso de los Republicanos, y contrario a lo que sucede con Biden quien preocupa por las dudas que genera, son las certezas que hay respecto a Donald Trump, con sus 78 años a cuestas, lo que preocupa y hasta da miedito.
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Con la excepción de los sectores más reaccionarios e ideologizados del Partido Republicano, que hace rato decidieron instalarse de tiempo completo en una realidad alternativa, hoy en día nadie puede negar que Trump es un criminal (fue encontrado culpable de 34 delitos y está a la espera de que se le dicte condena) y que utiliza al poder político para impulsar sus intereses personales. Del mismo modo, pocas dudas quedan de que, si tiene la oportunidad, buscará ejercerlo con las menores restricciones y por el mayor tiempo posible y, para lograrlo, es capaz de mentir, desinformar, amenazar, desconocer leyes, acuerdos internacionales o los principios democráticos, pasar por encima de quien tenga que pasar, enfrentar a los EE. UU. con sus aliados históricos e imponernos su muy particular manera de entender la “buena” vecindad entre los EE. UU. y México.
Los Estados Unidos son un país joven que, muy rápido, se convirtió en una potencia y, como tal, incurrió en excesos propios de una potencia hegemónica. Sin embargo, y quizá por haber surgido de la misma coyuntura que la modernidad, como etapa histórica, y la democracia liberal, como paradigma de gobierno, los Estados Unidos son quienes han lidereado los esfuerzos en favor de extender las libertades por el orbe, principalmente económicas y de comercio que, con el tiempo, terminaron por también impulsar las de los individuos, y derrotaron a las tentaciones totalitarias del Siglo XX, teniendo a la defensa de la democracia liberal por bandera.
En este sentido, preocupa un futuro inmediato en el que los EE. UU. no puedan, en el caso de Biden, o no quieran, en el caso de Trump, hacer frente a los apetitos imperiales de Moscú o la ideologización, que raya en lo suicida, del liderazgo político israelí, por citar los temas macro, o cómo vayan a darse la relación con México, en el ámbito más regional y que, por obvias razones, es el tema que más nos duele e interesa.
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Lo que me parece claro, es su imperante necesidad de hacer una revisión profunda al sistema de partidos norteamericanos, pues tanto demócratas como Republicanos fallaron en dos de las funciones que les dan razón de ser:
- La de ser los “porteros” que impiden el acceso a las candidaturas tanto a quienes puedan poner en riesgo a la democracia y su sistema de “pesos y contrapesos”, como a quienes no están en condiciones de ejercer el cargo al que aspiran; y
- La de ser supervisores del desempeño del gobierno y de la presidencia, sin importar que el Presidente sea uno de sus militantes.
Finalmente, y esto es una ilusión personal más que una tendencia que alcance a observarse, ojalá en ambos lados del Río Bravo entendamos lo más pronto posible que es necesario tener una muy amplia, profunda e incluyente discusión sobre lo que ambos países queremos ser en lo que resta del Siglo XXI, cuáles son los valores que debemos defender para lograrlo, si nuestros sistemas políticos nos permitirán lograrlo y, de manera específica, cuál es el rol que los partidos políticos deberían jugar en este esfuerzo.
