Bukowski
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Nuestras Plumas

Rafael Martínez de la Borbolla

@rafaborbolla

Sobre la Marcha…

Bukowski

“Como cualquiera podrá deciros, no soy un hombre muy agradable. No conozco esa palabra. Yo siempre he admirado al villano, al fuera de la ley, al hijo de perra. No aguanto al típico chico bien afeitado, con su corbata y un buen trabajo. Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos y mentes rotas y destinos rotos. Me interesan. Están llenos de sorpresas y explosiones. También me gustan las mujeres viles, las perras borrachas, con las medias caídas y arrugadas y las caras pringosas de maquillage barato. Me interesan más los pervertidos que los santos. Me encuentro bien entre marginados porque soy un marginado. No me gustan las leyes, ni morales, religiones o reglas. No me gusta ser modelado por la sociedad.”.- Charles  Bukowski

Simplemente es de mis escritores predilectos. Si la literatura se midiera por intensidad Bukowski representaría su máxima expresión, tanto que sus libros se han convertido en culto. Nos asombra con sus luces muy brillantes y sombras demasiadas obscuras, los infiernos que aparecen en sus letras parecen perseguirnos y dolorosamente nos identificamos, por más que nos pese a todos, por eso al leerlo no sabemos si odiarlo o reverenciarlo. Cartero, Factótum, Mujeres, La senda del perdedor, Hollywood y Pulp fueron las novelas que lo consagraron.

Crudo. Descarnado. Irreverente. Irresponsable. Grosero. Conmocionó con sus novelas y cuentos las librerías en los setenta y ochenta. Había que leerlo a escondidas. Luego llegaron sus versos, varios incomprendidos, inadaptados y  solitarios se identificaron con el escritor. Porque dice las cosas como son. El rojo es rojo y el negro muy, demasiado negro. Porque reconocía que las personas solo se acuerdan y le importan las injusticias cuando les suceden. Por la avaricia humana. Porque estamos llenos de miedos. Por la maldad que existe en todos nosotros y aunque tratemos de educarla y ocularla, prevalece. Porque habla de perdedores. De personas sin rumbo ni mañana. Porque eleva la sucia resaca a la categoría de arte. Seres a la deriva, perdedores, desarraigados, ilusos y soñadores que ahogan sus penas en whisky y sexo, personajes a los que Bukowski convierte en protagonistas de una comedia humana de los bajos fondos, salvaje, sórdida, a ratos vitalista y a veces delirante. La filosofía es la vida misma y sólo quien la vive con la fuerza suficiente, sabe plasmarla en toda su intensidad.

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Por títulos tan explícitos y provocadores como “La máquina de follar.” Catártico y revelador, detrás de todo aquello estaba el rebelde, el incomprendido, el que nunca se sintió amado, el rechazado, el autor borracho, bronco y promiscuo. Y por delante una legión de devotos que muy a nuestro pesar y ego nos identificamos.

Consideraba que era una suerte ser famoso en Europa y poco conocido, e incluso censurado, en Estados Unidos; tildado de ateo, machista, homofóbico, se declaró creyente de la bondad de las personas (a las que no obstante quería lejos de él) y en el poder de los gatos de alargar la vida; en su opinión el alcohol estaba entre las mejores creaciones de la humanidad, fue durante décadas el prototipo del escritor underground, epítome del realismo sucio estadounidense. Su narrativa, que le trajo fama y dinero, eclipsó en parte la obra poética, que lo perfiló como un “antibeat” de la clase trabajadora. Detestaba a Allen Ginsberg, Neal Cassady y William Burroughs y admiraba a Ezra Pound, Hemingway y Kerouac.

Cuando Charles  Bukowski (Andernach, Alemania, 1920- Los Ángeles, Estados Unidos, 1994) definió el amor, se encontraba en la última etapa de su vida. Compartía una casa en San Pedro (California) con Linda Lee Beighle, su última pareja, además de segunda esposa, que prometió cuidar de él y mejor que nadie le acercó al concepto de estabilidad. Hasta ese momento, sus relaciones más se parecían a esa “niebla” de la que hablaba, un péndulo que oscilaba entre sexo ocasional y furiosas peleas.

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Buk o Hank —así le llamaban Lee y sus amigos— por mucho tiempo no supo qué significaba amar. Creció bajo la violencia de su padre, Heinrich, mientras su madre, Katharina, le repetía que, si su marido le pegaba, en cualquier caso tenía razón, aunque para su hijo “estaba jodidamente equivocado” en la mayoría de los casos. La que se presentaba como una acogedora residencia de inmigrantes alemanes en la Longwood Ave de Los Ángeles, en realidad escondía una “casa de los horrores”, donde su padre desempeñaba el papel de “un gran maestro de literatura”, por enseñarle “el significado del dolor sin sentido”.

Los golpes se convirtieron en heridas físicas durante su adolescencia. La piel de Bukowski estaba machacada por el acné vulgaris, que le provocó las cicatrices que conformaban su emblemática cara angulosa. En La senda del perdedor (1982) cuenta que no quiso participar en el baile de su graduación, porque el acné le había desfigurado y su aspecto le avergonzaba. Así, su primera vez se tradujo en una anécdota tragicómica. Tenía 24 años y pasó una noche en un bar con “una puta de 150 kilos”. Ambos estaban borrachos y yacieron juntos para consumir un decepcionante acto sexual. El joven escritor terminó echándola de su habitación al creer que le había robado su cartera, pero la encontró enseguida entre sus mantas.

El amor para Bukowsi, es como cuando te levantas una mañana y ves que hay niebla después de que haya salido el sol. Es como ese breve instante que hay hasta que se quema.

A prinicipios de  1941, su padre, luego de leer algunos de sus cuentos inéditos. decidió arrojar sus pertenencias a la calle. Aquí comienza una nueva vida para el escritor, dificil sin duda, que inicia un prolongado viaje a  través de su país, nublado  por el alcohol, sobreviviendo a duras penas mediante  una serie de trabajos temporales y mal pagados: empleado de gasolineras, ascensorista, lavaplatos, conductor de camiones,  operario en una fábrica de alimento para perros y al final donde con el destino tenía cita: cartero, actividad de la que surgirá su fuente de inspiración para sus mejores libros.

Al recibir la noticia del bombardeo japones de Pearl Harbor, el joven incitado por el patriotismo hizo fila para incoroporarse a la marina norteamericana, pero por lo largo de la misma; la introspección personal y la sed producida por una bohemía en la noche anterior, le hizo darse cuenta que no odiaba a los japoneses y que prefería una cerveza en lugar de guerra, por lo que a pocos metros del alistamiento salió de la fila, degusto su fría cerveza y se fue a su refugio; la Biblioteca de Los Angeles, California, donde sintiendose rechazado por su generación, en solitario desde adolescente devoraba libros.

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Al tiempo regresó a su puesto de trabajo en Los Angeles como cartero, uno siempre regresa a los lugares que ama, aunque pronto se convenció a sí mismo de que le resultaba imposible soportar la rutina diaria, además que pese a su poco atractivo y pobreza se sentía acosado por las mujeres, y no toleraba ser abrumado por su supervisor, por lo que renunció y escribió para hecernos complices de sus parrandas, malos amores, apuestas, peleas e infiernos, gracias a un visionario editor, John Martin, que reconociendo su potencial decidió becar al escritor en ese entonces sin un quinto, a cambio de regalías de libros aún no escritos.

También se dedicó a escribir poesía –una poesía sencilla, directa y brutal, como sus textos en prosa– y a seguir bebiendo, con todo y que los médicos le habían dicho que, si no paraba de hacerlo, moriría.

Bukowski usó en sus poemas un relator en primera persona con una perspectiva subjetiva. Igualmente, sus escritos son un ejemplo clásico del estilo modernista, es decir, estructuras sin métrica o rima definidas, carentes de metáforas. En muchos poemas sí empleó aliteraciones. Además, usó paralelismos y, por supuesto, un lenguaje áspero y vulgar, típico de los “bajos mundos”, donde él se sentía comodo.

El éxito de sus cuentos y novelas no lo apartaron de la poesía, ya que este género le permitía ejercer una crítica sutil  al  sistema social y de producción de su país, actitud ésta que acercó  su obra a un conjunto de lectores especializados que declararon su admiración por su trabajo. Entre los que se hallaban Jean Paul Sartre y Jean Genet.  Bukowski a pesar de todo su realismo descarnado alcanzaba momentos profundamente líricos, o  para decirlo de una manera que él hubiera aceptado sin quejas, hallaba  el giro poético a las experiencias cotidianas, sin olvidar que en muchos casos éstas eran la raíz del dolor, el sufrimiento y la muerte del hombre contemporáneo. Una de las consignas que le gustaba repetir era: “si querés  escribir, tenés que tener algo para contar.” Palabras simples, contundentes y efectivas. Él supo respetarlas, esta conducta le permitió representar a todos aquellos que ya nunca podían  creer en el “sueño americano.”

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