Alejandra

Sobre la Marcha…

Rafael Martínez de la Borbolla

@rafaborbolla

“Si pudiera tomar nota de mí misma todos los días sería una manera de no perderme, de enlazarme, Porque es indudable que me huyo, no me escucho, me odio y si pudiera divorciarme de mí no lo dudaría y me iría”.Alejandra Pizarnik

Alejandra Pizarnik, reconocida por los amantes de la poesía arropada en nostalgía y melancolía, el conjunto de una obra dispersa, publicada en breves volúmenes que nunca se reeditaron. La poesía de Pizarnik es la secreta posesión de unos pocos que supieron ver en ella una de las voces más personales de la poesía escrita en castellano. 

El 25 de septiembre de 1972, la poeta argentina dejaba este mundo por voluntad propia. Tras de sí, dejó una obra que marcó un antes y un después en el modo de hacer poesía, una obra emotiva, desgarradora y original.

Alejandra Pizarnik (de nombre real Flora Pizarnik) nació el 29 de abril del año 1936 en Buenos Aires, era hija de inmigrantes judíos de origen ruso-polaco que trabajaban en la joyería. Delicada, tímida y sensible, tras cursar estudios secundarios, la joven Flora, tartamuda y asmática, se sintió un tanto decepcionada en su desarrollo académico, pasando por la Escuela de Periodismo y estudiando durante un tiempo Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires mientras se atiborraba de anfetaminas con el objetivo de no engordar.

Empezó a escribir desde muy joven y a escondidas, y publicó un primer libro, La tierra más ajena, con la ayuda de su padre, como relata su propia hermana. A los 18 años ya estaba metida en el mundo de las letras, trabando amistad muy especialmente, con Olga Orozco, que se refleja en las obras pero que comprendía una fraternidad, una protección, una transferencia estética. 

Escribió y publicó mucho. Consiguió la beca Guggenheim en 1968 y en 1971 le otorgaron la Fulbright. A los 24 cumplió su sueño de viajar a Francia, donde vivió cuatro años. Antes ya había publicado Las aventuras perdidas, en 1958.

En París conoció a alguien fundamental, Julio Cortázar, con quien entabló una amistad muy estrecha y mantuvo correspondencia hasta su muerte. Después regresó a Buenos Aires, pero siguió con sus vaivenes de angustia, entradas y salidas del hospital e intentos de suicidio.

La cualidad más notable de los versos de Alejandra es la tensión a la que somete las palabras, esa tensión deriva de una intensidad poética quemante. Lucidez para mirar dentro de sí misma, lucidez para advertir los signos de un mundo amenazante, lucidez para elegir la palabra exacta y su contorno. La poesía es una máscara que nos defiende, nos presta identidad y nos revela el lado oscuro de la vida. El poema es un espejo, la única vía de acceso al mundo interior: “Y qué es lo que vas a decir/ voy a decir solamente algo/ y qué es lo que vas a hacer/ voy a ocultarme en el lenguaje/ y por qué/ tengo miedo”. Para Pizarnik el lenguaje tiene una doble función: es revelación pero también es ocultamiento. La máscara y el poema. El mundo sensible de la poeta participa de un agudo conflicto: los elementos de la realidad son inasibles. El poema sólo rescata algunos fragmentos que expresan un yo fragmentado. 

La muerte, la soledad y el silencio fueron los temas que abundaron en su obra, por medio de las letras ella intentó reparar heridas profundas, rompiendo con su estilo las formas de poesía que existían hasta el momento: intensidad, síntesis e imágenes, es aquello que la caracterizó y se encuentra en sus versos: por la poesía ella estaba dispuesta a morir.

«Simplemente no soy de este mundo… Yo habito con frenesí la luna. No tengo miedo de morir; tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva… No puedo pensar en cosas concretas; no me interesan. Yo no sé hablar como todos. Mis palabras son extrañas y vienen de lejos, de donde no es, de los encuentros con nadie… ¿Qué haré cuando me sumerja en mis fantásticos sueños y no pueda ascender? Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver. Es más, no sabré siquiera que hay un “saber volver”. No lo querré acaso.»

Muchos consideraban que tenía características físicas andróginas y una voz sumamente extraña y peculiar con la que declamaba la belleza de sus versos, la brevedad de éstos y el sentir indescriptible que sólo es posible concebir por medio de metáforas.

Minuciosa, obsesiva y sumamente meticulosa, su obra consta de doce poemarios, una obra de teatro e incluso algo en prosa. Su vida literaria dejó bastante material para explorar. Se declaraba creyente ortodoxa de la inspiración, pero más de una vez dejó en claro que su obra era producto de horas de concentración y trabajo.

Inconforme, siempre, consideró que trabajar para vivir era de lo más absurdo. Aquí la poética formulación de esta idea en su diario: “Luego tomé un taxi y cuando pasé por la plaza muy bella casi lloro porque sentí que también había entrado en el engranaje absurdo del trabajo y de los papeles y que me habían robado mi tiempo. La verdad: trabajar para vivir es más idiota que vivir. Me pregunto quién inventó la expresión «ganarse la vida» como sinónimo de «trabajar».

Si algo salta a la vista al leer sus Diarios, es que Alejandra continuamente se refiere a su “enfermedad”, sin especificar cuál era. La idea del suicidio le había rondado más de una vez en su cabeza. Así lo expresa ella misma en sus Diarios (Lumen, 2003) ya en enero de 1961: “Dentro de muy poco me suicidaré. Siento claramente que estoy llegando al final. Veo cerrado. Ni afuera ni adentro. Simplemente no tengo fuerzas y la locura me domina (una histeria atroz: imposibilidad absoluta de quedarme tranquila, quieta)”. Sin embargo, pese a ese mal, a las pastillas, tratamientos y recetas, hay algo que nunca dejó de hacer: poesía. 

La intensidad y angustia cotidiana de Alejandra nunca le permitieron ser feliz, la depresión crónica se convirtió en infierno; necesitaba ser amada, aceptada, mimada, todo a su manera, solo para convertirse en una incomprendida de sus tiempos; los otros, los demás solo pueden dar lo que tienen y ella necesitaba más. Lo único que la hacía parte de esta vida eran sus poema; melancólicos, fríos, agudos, un grito de vida que sucumbe. Al final el mundo es lo que es, no lo que uno quisiera. 

La depresión se ha convertido en una epidemia a nivel global: la padecen alrededor de 300 millones de personas y más de la mitad no reciben atención ni tratamiento, provoca ansiedad, soledad, insomnio. Invade a la persona que la padece una sensación de pérdida, orfandad, intolerancia, cansancio, agobio y soledad. La mente gira furiosa como en una tormenta, se vive una permanente fluctuación mental. El único sentimiento que pervive intacto es la insignificancia.

Pizarnik se ama a sí misma y se odia a la vez bajo una introspección continua. Posee una inteligencia y lucidez mental que nos deja boquiabiertos manifestada muy precozmente. Estuvo siempre al filo de lograr la Extracción de la piedra de la locura, como titula uno de sus libros, algo que sabía que no era privación de la razón sino el resultado de los propios conflictos consigo misma debido a su existencia atormentada, ese bucle del que se resistía a salir. “No obstante, lloras funestamente y evocas tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra, a ella, tu solo privilegio” (Extracción de la piedra de la locura).

Pizarnik no fue ejemplo de nada, excepto de una forma de sentir y escribir que a veces rechazamos pero que nos sigue fascinando. Dicen que a menudo fue poco leal con quienes la quisieron y admiraron, que participó en disipaciones, que era complicada en sus amores y en sus desafectos, subidas y bajadas de un espíritu tan inquieto como rebelde, a menudo sin causa. La sentimos a veces agónica, nos niega la esperanza y, al mismo tiempo, sus palabras nos resultan brillantes y ahondadoras como siempre sucede con la mejor poesía. Su discurso es coherente y muy bien planificado, desea trascenderse y busca la forma de lograrlo bajo una decantada manera de expresarse. “La otra que eres se desea otra”.“Todas las vidas –escribió Scott Fitzgerald– son un proceso de demolición.” El infierno no son los otros, como dijo sabiamente Sartre. El infierno puede estar dentro de nosotros. La mente puede ser 

Alejandra

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