Diálogos en el Infierno
José Zenteno
Ha estado rondando una pregunta en mi cabeza durante las últimas semanas ¿Cuál es la razón por la que México no ha sido capaz de prosperar más y mejor? Hay muchas respuestas a esta pregunta. Una de las que más me satisface es del historiador Juan Miguel Zunzunegui, quien afirma que a lo largo de la historia del México independiente ha habido varios proyectos de nación que se contraponen y al no perseverar en ninguno, el país ha dado tumbos con avances y retrocesos. Dice Zunzunegui que a diferencia de los Estados Unidos en donde el sistema político y económico se ha mantenido estable desde el fin de su guerra civil, en nuestro país hemos adoptado un modelo político donde los caudillos que toman el poder imponen su visión de Estado sin importar que se destruya lo que otros gobiernos avanzaron.
Recordé que hace más de 25 años un buen amigo me regaló un libro que a mediados de los 90 fue de lectura obligada; “El Principito o Al político del porvenir”, escrito por Fernando Escalante Gonzalbo. Se trata de un texto con estilo similar al de “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo pero adaptado a la realidad política contemporánea. En el capítulo 1 del libro habla de las distintas clases de repúblicas y las define como burocráticas o mafiosas. Sin quererlo, creo que Escalante Gonzalbo dio en el clavo para responder a la pregunta de por qué México no prospera, porque la nuestra es una república mafiosa.
Paso a las definiciones. Dice Escalante Gonzalbo “en las repúblicas burocráticas los hombres sirven a las leyes con rigor, e incluso con escrúpulo y miramiento. En las repúblicas mafiosas ocurre lo contrario: esto es, que los hombres se sirven de las leyes, sin por eso prescindir de ellas, como ocurría en el despotismo”. Aclara que no hay órdenes por entero burocráticos o mafiosos pero que por su “tendencia o propensión” se les caracteriza “sin mucho esfuerzo”.
Mientras que la virtud pública más notoria en las repúblicas burocráticas es la disciplina, por cuanto la voluntad está dedicada a acomodar los actos a las reglas. En las mafiosas, la virtud más frecuente es la prudencia entendida como el “cálculo de los méritos y riesgos de cada decisión”. Lo resume con claridad: “si en una república burocrática es de la mayor importancia conocer la situación de cada uno respecto de las leyes, en una mafiosa interesa conocer la posición de cada cual con respecto de los demás, así como las tramas de afecto, lealtad e influencia que los unen o los enfrentan”. Significa que en repúblicas como la nuestra, lo preponderante en una decisión pública no es la ley sino el interés de los grupos y las personas.
Escalante Gonzalbo fue prudente al acotar “que la mafia no es, como suelen pensarlo algunos jueces y periodistas, una asociación para delinquir, sino un modo de vida fincado en el aprecio a la amistad y la familia. Cualquier capo sabe, y debería saberlo cualquier político, que mafioso es quien ayuda a sus amigos, protege a su familia, hace honor a su palabra, cumple sus compromisos, ampara los negocios de provecho, y procura el orden y la tranquilidad de sus allegados y clientes”.
Hasta aquí la teoría, ahora veamos las implicaciones en nuestro modo de vida. En México las relaciones interpersonales son más importantes que las habilidades o las cualidades profesionales, es parte de nuestra cultura. Consideramos una cosa normal que una persona haga lo necesario para vincularse con un grupo o líder, además de dedicarse a establecer una red de contactos que le resuelvan problemas con autoridades y le generen nuevos negocios. Una vez adentro se espera que la lealtad de sus miembros sea con el grupo, con el cumplimiento de sus objetivos e incluso con las formas y métodos elegidos para alcanzarlos.
La república mafiosa se extiende a todos los aspectos de nuestra vida en sociedad. Por lo tanto, es mucho más fácil para nosotros como mexicanos que aceptemos métodos mafiosos de actuación política. Incluso, lo difícil es aceptar que un miembro se niegue a hacer algo que conviene al interés de su grupo simplemente porque contraviene las reglas establecidas o porque considera que no es lo correcto.
Esta lógica mafiosa explica para mí la forma en que se toman decisiones en nuestro país. Recuerdo por ejemplo el proceso que precedió a la cancelación del aeropuerto de Texcoco. Las encuestas decían que la mayoría se manifestaba en contra de cancelar el proyecto, luego se hizo la consulta amañada, el discurso oficial articuló una narrativa, se repitieron mil veces varias mentiras y mágicamente cambió la voluntad popular. Quienes se identificaban con López Obrador abrazaron la decisión no como ciudadanos independientes, sino como miembros afines al grupo (mafia) que llegaba al poder.
Las recientes revelaciones y filtraciones del primer círculo del presidente López Obrador que dan cuenta de abusos, enriquecimiento inexplicable, posible tráfico de influencias e intervención entre poderes de la Unión, han polarizado aún más a la sociedad. Los de la mafia del régimen se replegaron pero se unieron para defender al líder y al “proyecto”, mientras que los de la mafia de enfrente se lanzaron (nos lanzamos) con todo a criticar y a señalar las incongruencias de la mafia en el poder. Finalmente, es, ha sido y será, una pelea entre mafias y no por la legalidad o el orden institucional. La nuestra está muy lejos de convertirse en una república burocrática.
La república mafiosa ofrece muchas ventajas, sobretodo porque la impunidad está garantizada para sus miembros. No hay que ser mal pensados para concluir que profesan la misma moral los que gobernaron antes y los que hoy gobiernan. El origen del problema está enraizado en la cultura, la educación no alcanza a tocar la conciencia más profunda de los mexicanos para que se resistan a la tentación de delinquir con impunidad. Lo poco que habíamos avanzado en la construcción de instituciones burocráticas se está perdiendo con la llegada al poder de esta mafia de corte populista. La figura del caudillo que todo lo abraza, todo lo sabe y todo lo puede, solo hace reivindicar un modo autoritario y mafioso de la política. A ello habrá que agregar la tolerancia de este caudillo a las mafias de verdad, a los grupos de la delincuencia organizada que ya tomaron el control de muchos territorios mediante la violencia y van por el control del Estado mediante el dinero.
A estas alturas creo que mi generación fracasó en su intento de hacer un mejor México. Perdimos nuestra oportunidad de construir un país de instituciones virtuosas capaces de encausar el progreso y la prosperidad con justicia. Gracias a una cultura mafiosa y a la confrontación histórica de mafias con visiones políticas diametralmente opuestas, pasan las décadas y México permanece atascado en la pobreza, la desigualdad, la ignorancia, la impunidad, la corrupción y ahora sometido por los cárteles de la delincuencia.
Solo para iniciados
La nota bibliográfica: Escalante Gonzalbo Fernando, “El Principito o Al político del porvenir”, Editorial Cal y Arena, México, 1995.