Diálogos en el Infierno
José Zenteno
Llevo muchos años midiendo en mis encuestas la popularidad de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), desde aquel lejano 2006 en que pretendió por vez primera la Presidencia de la República, hasta ahora que cuenta 3 años como presidente. El personaje ha evolucionado con el tiempo y sus números también han subido y han bajado como consecuencia de diversos factores. No deja de sorprender que a pesar de todo lo ocurrido en tantos años, Andrés Manuel López Obrador sea capaz de conservar el apoyo de millones de mexicanos. Me pregunto al igual que muchos ¿Cómo le hace?
He tratado de explicar el fenómeno de la popularidad de AMLO desde el análisis del personaje. Que si utiliza estrategias populistas, que si controla la discusión pública, que si construyó una hierofanía y él se envistió como el hierofante de la honestidad nacional, que si encarna a un tótem enraizado en la cultura popular mexicana. La realidad es que AMLO incorpora todo eso en la construcción de su personaje y en la ejecución de su estrategia. Sin embargo, la explicación a la pregunta ¿Cómo le hace? No está en la oferta sino en la demanda, es decir, no está en lo que el personaje hace y comunica sino en lo que la mayoría de la gente entiende y acepta.
José Antonio Marina en su ensayo “La pasión del poder” escribió: “En la relación del poder está el sujeto que se impone y el sujeto que obedece… Al estudiar las formas y las estrategias de la dominación, tenemos que estudiar las formas de constitución del sujeto imperante y también las del subordinado. Así descubrimos aspectos del poder que desde las perspectiva del dominador quedarían en la sombra”. En esta misma lógica me planteo el reto de especular sobre aquello que existe en el subconsciente popular y hace que millones aclamen y respalden a AMLO a pesar de todo.
Y decir todo no es decir poco. Me refiero a cientos de miles de muertos por el COVID-19, a decenas de miles de homicidios facilitados por una estrategia de seguridad tan banal como permisiva, a actos de corrupción documentados en el entorno cercano del presidente, a decisiones absurdas que costaron centenas de miles de millones de pesos como la cancelación del aeropuerto de Texcoco, a un sistema de salud pública inoperante, a la falta de medicamentos, a la inflación creciente, a la destrucción de millones de micro y pequeñas empresas durante la pandemia, al incremento al precio de los combustibles, al incremento de la pobreza y a las miles de mentiras que se han dicho en las conferencias mañaneras.
A pesar de que la gente sabe que esa realidad existe y le afecta, la aprobación de López Obrador continúa sólida y por encima del 65 por ciento.
¿Qué crea las condiciones para que la gente quiera un líder político como López Obrador? Una probable respuesta se encuentra en los elementos que constituyen el código cultural mexicano creados en la segunda mitad del siglo XX. Esos elementos estaban diseñados para sostener a gobiernos mediocres y corruptos pero paternalistas y asistencialistas, capaces de dar certidumbre a millones que buscaban la protección de un poder político fuerte.
Los íconos de la nueva cultura popular mexicana fueron establecidos por los programas, películas y novelas de TELEVISA. Los más exitosos fueron también los más determinantes del sistema de valores inoculado en la psique colectiva. Basta con revisar el lenguaje simbólico del Chavo del Ocho o del Chapulín Colorado, de Cantinflas, Pepe El Toro o de Tin-tan. Entre esos personajes el que no es tranza es hipócrita o medio mujeriego, es ignorante y mentiroso pero ocurrente y simpático, todos desafían a la autoridad pero terminan sometiéndose a ella. En esos guiones difícilmente se identifica un valor o una virtud que se exalte y se promueva en forma consistente. A diferencia de lo que ocurrió en México, en los Estados Unidos los íconos de la cultura popular son Superman, la Mujer Maravilla, el Hombre Araña, Capitán América, etc. Todos personajes portadores de un lenguaje simbólico de difunde valores y conductas orientados al éxito, la veracidad y el bien, mientras que en México el lenguaje de los personajes promueve, al menos, la mediocridad.
Marina sostiene que hay culturas de sumisión y culturas de independencia determinadas por la idea que tienen de sí mismos los miembros de una sociedad. “Del temperamento, la cultura y la propia biografía emerge el modo concreto de entenderse como sujeto. A este proceso lo llamamos subjetivación. No debemos olvidar que somos híbridos de biología y cultura. Dos aspectos de esta hibridación tienen especial importancia para nuestro tema: la idea que la persona tiene de sí misma, de su identidad, estatus y personalidad (lo que los psicólogos llaman self) y la idea que tiene de su capacidad para enfrentarse a los problemas (lo que llaman coping).”
En este orden de ideas, me atrevo a afirmar que López Obrador ganó las elecciones con el apoyo de la parte de la sociedad que es rebelde al poder y demanda un gobierno fundado en valores que facilite la renovación moral de la vida púbica, es decir, con aquellos portadores de la cultura de la independencia. Y ahora que gobierna, AMLO sostiene su popularidad con la parte de la sociedad que es sumisa al jefe de la manada porque encuentra un sentimiento de bienestar y de seguridad al someterse ante el poder.
Veamos algunos datos que apuntan a confirmar lo dicho. La aprobación al presidente es más fuerte entre los mayores de 40 años de edad con secundaria o menos. Por lo tanto, la base de apoyo del presidente de la República está entre los segmentos con menor escolaridad y mayor edad, pero eso no siempre fue así. López Obrador tenía su bastión en las clases medias urbanas con escolaridad media y alta, principalmente gente joven menor de 40 años. Ese segmento abandonó al hoy presidente y sus miembros se ganaron el calificativo de “aspiracionistas” porque son los que dieron triunfos a la oposición en las elecciones del 2021.
Hasta antes del 2018 las clases bajas respaldaron al PRI y lo sostuvieron en el poder sin importar la corrupción y los abusos. No debería de sorprender que ese mismo segmento le tolere cualquier desliz al presidente López Obrador. Podemos pensar -al menos como hipótesis-, que esa gente estuvo expuesta a la influencia de los personajes de TELEVISA y le fue inoculado el virus de la permisividad y la sumisión a gobiernos y gobernantes de muy baja calidad.
En conclusión. El personaje detrás del personaje es la cultura popular mexicana. Es el sistema de creencias que configura la sumisión ante el poder de un amplio segmento de la sociedad. Ello no significa que todos cuantos aprueban el trabajo de López Obrador sean sumisos, ni que todos los que apoyan a la oposición sean independientes, sin embargo, la mayoría de dichos grupos se perfilan como lo describe José Antonio Marina en su potente ensayo. Y en ese mismo texto hace referencia al famoso libro sobre una familia mexicana, Los Hijos de Sánchez, en el cual se cita un comentario de un mexicano encuestado: “Para mí, el destino está controlado por una mano misteriosa que lo mueve todo. Sólo los elegidos pueden hacer las cosas tal como las planean. Los que hemos nacido para comer tamales, hacemos planes y planes y siempre sucede algo que los manda a paseo”.
Solo para iniciados
El libro utilizado como referencia es “La pasión del poder. Teoría y práctica de la dominación”, José Antonio Marina, Editorial Anagrama. Barcelona, 2008.