Colosio
Colosio

Así de Claro

David Martínez Staines

@DMStaines

“Vocerío. Griterío. Grito doloroso de sirenas. Urgencias. Así se abrió paso la realidad. «Le dieron un balazo al candidato”.

Colosio se despertó y decidió ir a correr. Culiacán, a esa hora de la mañana obsequiaba un clima fresco. Brillaba el sol. Tiempo perfecto para un trote que se transformara en transpiración y fuga de tensión. Carrera por calles y avenidas. Fotógrafos de prensa lo seguirían. Quizá Ramiro Pineda sacudiría a los flojonazos, a los indolentes que anhelaban quedarse un rato más en su cama. ¡Allá ellos! Tobilleras, tennis, cachucha. «Vámonos general», dijo a Domiro García Reyes. El militar tenía que ser su sombra. Vivir pegado a él. Nada imposible. Era su especialidad. El mismísimo Papa Juan Pablo II lo reconocía. En sus viajes a México el Papa polaco dejaba la seguridad de su persona en manos del apto general mexicano. Nadie como Domiro García Reyes para ir a ritmo de papamóvil. Corrió con la mente puesta en su actividad. Baño, desayuno y al aeropuerto. A La Paz, Baja California. Mitin en la Plaza Fundadores.

Recordar a Félix Agramont Cota. Último gobernador del territorio.

Agrónomo de Chapingo que convocó al Congreso Constituyente. Concentración en la Plaza de los Fundadores. Frente a una votiva que ardía en su memoria. Auditorio amplio. Mujeres y hombres de todo el país llegaban a La Paz. Aterrizó en La Paz. Subió a un autobús fresco. Iba por la carretera cuando distinguió a un grupo que exigía ser escuchado. Eran transportistas que ásperos demandaban soluciones. Colosio escuchó y ofreció examinar -con los transportistas alterados- los diversos aspectos del problema. No gustó su respuesta. Encendió las demandas de hombres rudos que poco a poco elevaban la voz. Manoteaban ante el rostro del candidato que se contenía. Que aguantó hasta el momento en que determinó mostrar carácter y firmeza. Sin aspavientos, con la fuerza de sus argumentos y con gesto desafiante, recalcó a los quejosos su determinación. «Nos vemos. Nos veremos pronto, señores. Con su permiso. Muchos me esperan. Adiós». Lo cubrían los gritos. Lo aturdían los cordiales porristas. Expertos que mezclaban frases del candidato Colosio con referencias a la Baja California Sur. Mantas que planteaban ansias y urgencias. Y por aquí y por allá las cartulinas con el perfil, con el bigotazo y la tupida melena de Luis Donaldo Colosio. ¿Qué más? Mira nada más como nos reciben, Ramiro. Bisbiseo al oído de su vocero de confianza. Ramiro Pineda le dio un informe sobre la difusión de su gira. Estaciones de radio. Noticieros. Televisión. Comentarios. Columnas políticas. Los «Frentes Políticos» de EXCELSIOR. La crónica de Reyes Razo. Tan leída. Años de trabajo la prestigiaban.

Concluyó su participación en aquel sitio circular. Reunión al aire libre. Se reuniría con mujeres. Lo recibirían bien. Colosio se sentía a gusto entre ellas. Los reporteros se fueron al vetusto hotel «Los Arcos». En 1994 no había grandes hoteles en La Paz. Cuartos aseados, estrictos. Estelita Vaylón inyectó Vitamina B12 a Roberto Vivanco. Bobby Vivales, le apodaban. Ramiro Pineda instruyó a su ayudante llamado Igor las tareas que debía cumplir. Él, Ramiro se iba al mitin con las mujeres. Volaría con l candidato a Tijuana. Le pondría al tanto.

«Hasta le dijeron que necesitaba su permiso para llevar a algunos reporteros a cenar en San Diego. No daría tiempo de sintetizarle efecto de noticiarios nocturnos. Se dormiría sin detalles. Estuvo de acuerdo. Divierte a los muchachos. ¿Quiénes van? Nos veremos mañana». Era frío el ambiente en el aeropuerto de Tijuana. Un si es no es de hostilidad. Hombres de negro se aferraban a delgadas tiras de triplay que remataban en óvalos de cartón. Encachuchados. Mal encarados. Retadores. Braveros. Distantes. Estaban por el aeropuerto. Esperaban. Aguardaban. Sin ningún entusiasmo. Eran muchos.

Colosio

Colosio llegó con cierto retraso. La multitud lo rodeó. Los reporteros fueron subidos a una flamante -muy cómoda, amplia- camioneta. Era blanca y olía a nuevo. Antes de que arrancara Ramiro Pineda volvió la cabeza para observar el comportamiento de su jefe. «Le están pegando mucho mi jefe», alarmó. El arrancón de la camioneta nos distanció. «¿Quieres saber? Yo también. ¡Muchos! ¿Por qué ocurrió el mitin de Lomas Taurinas? Lugar empavorecedor; amedrentador. Repulsivo. Arroyos de inmundicias lo surcaban. Lomerío de casuchas encimadas. Equilibradas una sobre otra. Casuchas adosadas a la nada. Tablones podridos, intensamente carcomidos habilitados como puentes. Rutas transitadas por millares. Caminos laberínticos; extraviados. Lomas Taurinas era un tajo que infinidad de manos rellenaron con restos de llantas, maderos podridos, cascotes; pedruscos. Terreno de difícil acceso. Hasta desalentador.

Miseria y mugre. Pobreza e incuria. Hacinamiento. Arracimamiento. Suciedad muy antigua. Bien implantada. Atmósfera siniestra. Nada invita a visitar Lomas Taurinas. A recorrerla, menos. Pero el atardecer del 23 de marzo de 1994 el candidato del PRI el candidato del PRI a la Presidencia de la República Luis Donaldo Colosio Murrieta llegó ahí. Saludó a la locutora Talina Fernández. Y con el inicio del crepúsculo cayéndole sobre su flanco izquierdo abrió su discurso con su fórmula:

«¡Amigas y amigos de Lomas Taurinas… De Tijuana…”

Plataforma de un tráiler era el escenario. Potente su voz. Amplificadores bien dispuestos la esparcían. Lo mismo que los porristas. Animadores que saludaban frases felices, juicios contundentes, promesas de progreso y desarrollo. Atención a problemas fronterizos. De vecindad.

Coincidió con el final de su discurso y su descenso la sintonía del viejo bolero «La culebra». Voz de Benny Moré. «El bárbaro del ritmo». D los años 40’s. Multitud que al disolverse dejaba un sitio más sucio. Restos de cartulinas, de viseras. De volantes. Envases de refrescos.

Los reporteros apresuraban el paso. La logística de cada mitin indicaba que debían anticiparse a la salida del candidato. Para recibirlo en el siguiente acto. Y así ocurría. Cuando los más aguardaban la llegada del transporte que los llevaría a la reunión con profesores, un agudo, estremecedor, impresionante aullido de sirena paralizó a todos. Transtornó -puso de cabeza- ese mundo. Arrinconada en un espacio, rodeada de pedruscos y maderos, una ambulancia pujaba por avanzar.

Surgió el grito de Estelita Vaylón:

«Le pegaron, Miguelito…Le pegaron…”

Víctor Noguez que alertaba:

«Le van arrastrando los pies…”

Era -fue- la hora del desconcierto. Todo en Lomas Taurinas quedó «patas arriba». Nadie atinaba a decir que pasaba. Se diluyó toda noción de tiempo. Vocerío. Griterío. Grito doloroso de sirenas. Urgencias. Así se abrió paso la realidad. «Le pegaron a Colosio. Hirieron a Colosio. Le dieron un balazo en la cabeza a Colosio…”. Estelita Vaylón -durante décadas brillante reportera del periódico «El Día»-comunicó su pena a este reportero. Reyes Razo intentó seguir, comprobar la matrícula de la ambulancia. Notó que las puertas posteriores estaban manchadas de sangre. La que untaron los camilleros o auxiliares del herido al introducirlo. Un empujón, un traspie hizo que el reportero perdiera sus anteojos. Dado que en la precampaña en la visita a Sonora ocurrió lo mismo, ya cargaba con varios. Los halló en la sala de prensa. Con su equipaje.

Colosio

Luego el propio Reyes Razo sabría que en ruta hacia el hospital los generales, encabezados por Domiro García Reyes, vivían la tremendez del drama y rogaban urgidos:

¡Resista, jefe…

¡No se nos muera, jefe…

¡Aguante, jefe…

Estelita Vaylón y el reportero Reyes Razo subieron -nunca supieron bien a bien como- a una camioneta que era guiada y ocupada por hombres que maldecían a diestra y siniestra. Mascullaban palabrotas. Maldecían sin cesar. Sus injurias no tenían destinatario. Barbotaban blasfemias. E imprimían intensa velocidad al transporte. Después de inicial vacilación que los hizo preguntar cuál era la mejor ruta y tras enterarse de que lo llevarían a un hospital público aceleraron y condujeron con seguridad. Llegamos en un santiamén.

El reportero telefoneó a su periódico. Localizó a José Andrés Barrenechea. Aquel casi perdió el sentido. Sentimiento de incredulidad lo invadió. «¡No la friegues! ¡No la tiznes! ¡No la amueles! ¡No me fastidies!

Luego, Barrenechea -quien se relamía con la posibilidad de convertirse en Director General de EXCELSIOR – «Colosio va a querer baraja nueva en el periódico», llegó a decir se interesó:

¿Cómo fue?…

¿Está muy grave?…

¿Tú, cómo la ves?…

El mismo José Andrés Barrenechea localizó a otro de los reporteros de EXCELSIOR destinados a informar con pelos y señales la gira de Colosio. Antonio Garza Morales. Antiguo amigazo de Regino Díaz Redondo. Lo halló -como siempre- en la sala de prensa. Garza Morales prefería instalarse ahí. Recibía el «sonido directo» del mitin. Grababan los responsables de las cadenas radiales. Fue un bombazo la noticia que Barrenechea transmitió a Garza Morales. Ni tardo ni perezoso el reportero la compartió con sus colegas. Se produjo gran alboroto. En estampida salieron todos hacia el hospital de la Secretaría de Salud.

«Tenemos neurólogo, cirujano, anestesiólogo, cardiólogo y quirófano bien equipado», había dicho a los reporteros la Doctora Aubanel (?) Directora de ese centro de salud. Su revelación atajó las versiones -salidas de nadie sabe donde- que ya ubicaban al herido Colosio en un hospital de la Base Militar de San Diego, California. Muchedumbre que invadió aquel espacio. Todos anhelantes. Pendientes de lo que surgiera en un quirófano. Llegó el gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones. Se supo que no había «resucitador» en el sanatorio. Llegó al lugar el padre Berlié. Obispo de Tijuana. Se supo que la señora Norma Meraz -notable reportera en Canal 8 y en 24 Horas con Jacobo Zabludovsky- era ya asesora de la débil Diana Laura Riojas. La esposa de Colosio se reuniría con su marido en» cena de matrimonios» con los de Tijuana. Acto ya usual en la campaña. Trato cercano. Como lo quería el candidato.

En aquel trajín un individuo se aproximó a los reporteros:

«Que Colosio tiene una herida en el abdomen. Leve; nada grave. Que lo difícil está en la herida en la cabeza…”. Así hasta que Liébano Sáenz -Secretario de Prensa del PRI y vocero oficial de la campaña de Luis Donaldo Colosio Murrieta- subió muy pálido a un mueble que lo elevaba por encima de todos. De esa altura se hizo oír:

Luis Donaldo Colosio ha muerto dijo.

Un día, tiempo después el Doctor Misael (?) médico de Luis Donaldo Colosio y de Diana Laura narró a un reportero:

Aguardaba su descenso después del mitin en Lomas Taurinas. Aquella vez subí tres, quizá cuatro veces la cuesta. Me hallaba abajo cuando me avisaron: «Le pegaron al candidato…”

«Subí a toda prisa. Quizá le dieron una pedrada. A lo mejor lo hirieron con un garrote. Llegué donde estaba tirado. Quise levantarle la cabeza. ¡Y no había cabeza!)

Corrimos a la Sala de Prensa. En el salón de un hotel. Se trabajaba febrilmente. Ya existían fax y celular. A toda velocidad se tecleó. 17-18 cuartillas utilizó Miguel Reyes Razo para narrar esas horas. De madrugada acomodaron en un avión especial el ataúd de Colosio. Garantizado por 100 años. Decía la etiqueta. Ahí subimos. En asientos delanteros Ramiro Pineda, Raúl Sánchez Carrillo y Miguel Reyes Razo. Comprensivas azafatas nos obsequiaron whisky. No era «Glenlivet». Ni «MacCallan». Bebida tragable. Llegamos al Distrito Federal al amanecer.

«Se quedaron miles de «coyotas» -postre sonorense muy apreciado- y se cancelaron infinidad de festejos. Era el relanzamiento de la campaña de Colosio. Iban a cesar a Zedillo. Nueva propaganda se imprimía. Fiestón después de Semana Santa. Para nada, mi hermano. Para nada». Se duele todavía el magdalenense -condiscípulo de Colosio en la escuela Fenochio- Luis Francisco Trelles Iruretagoyena. El muy famoso Paquico.

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